De iglesias llenas a ciudades transformadas

El motor de la misión

La verdadera misión no comienza con un plan estratégico; comienza con un corazón roto. La pregunta que debe consumirnos no es "¿cómo atraemos a más personas?", sino "¿qué es lo que quebranta el corazón de Dios en mi comunidad?" La respuesta a esa pregunta requiere proximidad. No podemos diagnosticar el dolor y la necesidad de la ciudad desde la comodidad del púlpito. Debemos estar presentes donde la gente está, vive y sufre. A través de nuestra iniciativa "Amo mi ciudad" en Jacksonville, FL, nuestra iglesia fue a una escuela local donde un 45 % de los alumnos no se gradúan. Le preguntamos a la directora: "¿Cómo podemos ayudar?" Su necesidad inmediata era pintar; necesitaban transformar el ambiente. Pero la puerta no se cerró ahí. No solo pudimos pintar lo que la maestra necesitaba, sino que también pudimos proveer voluntarios que hoy apoyan a los padres inmigrantes y a los alumnos recién llegados.

La dignidad por encima de la caridad:

Nuestro servicio comunitario debe pasar de la caridad transaccional a la restauración de la dignidad. A menudo, nuestros actos de generosidad, aunque bienintencionados, pueden robar la dignidad de aquellos a quienes servimos.

Considere la diferencia: repartir regalos de Navidad seleccionados al azar versus crear un "Mercado de Regalos" donde los padres, con dignidad, pueden comprar juguetes nuevos por un precio simbólico. La primera opción satisface nuestra necesidad de sentirnos generosos; la segunda restaura el poder y la dignidad del receptor. Jesús no solo vino a salvar almas; vino a restaurar personas. Nuestra misión debe hacer lo mismo, empoderando a las familias y tratando a cada individuo con el inmenso valor que Dios le otorga.

La Matemática del Reino

Aquí yace nuestro mayor desafío estratégico. Una sola iglesia, por más grande que sea, tiene un alcance limitado. Una estadística impactante sugiere que una iglesia local solo impacta la vida de unas 1.000 personas a su alrededor. Si nuestra ciudad tiene un millón y medio de personas, ¿cómo podremos alcanzarla?

La respuesta no es la suma; es la multiplicación.

La estrategia de Jesús no fue construir una mega-sinagoga en Jerusalén. Fue formar, equipar y enviar. La estrategia de Pablo no fue pastorear una sola iglesia en Éfeso, sino saturar toda la provincia de Asia con el evangelio en dos años. Si no estamos plantando nuevas iglesias y enviando discípulos, estamos eligiendo un modelo de contención en lugar de un modelo de saturación del evangelio.

Queridos líderes y pastores, el llamado es claro: debemos dejar de medir el éxito solo por lo que pasa dentro de nuestras paredes y empezar a medirlo por lo que pasa fuera de ellas. La verdadera medida de nuestro éxito es una ciudad transformada con las buenas nuevas del evangelio.

Creemos que barrios revitalizados y escuelas fortalecidas valen más que solo un auditorio lleno de personas. Este es el desafío: movilizar a la iglesia hacia las calles de nuestras ciudades y dejar la comodidad por la misión de Jesús. Al final del día, la historia no recordará el tamaño de nuestros auditorios, sino la salud de nuestra ciudad. ¡Recuerda que no se trata solo de tener una mejor Iglesia, sino de una mejor ciudad!

Pastor Walter Angelica